miércoles, 3 de diciembre de 2014

Carlota

Palomeamos toda la lista de pendientes: cama, comida, platos, pelota, collar, correa y juguetes, ya solo nos quedaba una cosa por hacer, la más importante, ir por la nueva integrante de la familia.

En el trayecto a casa iba muy bien sentada, seria y en silencio, observándonos a nosotros y todo lo que pasaba alrededor, tal vez quería darse una idea de cómo éramos al ver lo que había en nuestro vehículo: casco de constructor, muchas botellas vacías de agua, unos zapatos de tacón, bolsas de supermercado con papas y bebidas dietéticas, iba a empezar a juzgarnos cuando de pronto paramos frente a un muro blanco y apagamos la camioneta.

Nos bajamos, abrimos la puerta del departamento y acariciando su cabeza le dijimos, bienvenida Carlota, en cuanto escuchó estas palabras sintió un motor en su interior que hizo girar en gran velocidad su larga cola, nos vio fijamente con ojos saltones y comenzó a oler todo el piso de madera, hasta llegar al final del pasillo, donde se encontraba su cama, se paró en ella como aprobando su comodidad y viéndonos desde allá resopló tan fuerte que las babas nos cayeron a unos 3 metros de distancia, y en lugar de sentir asco, nos imaginamos la brisa del mar, aunque no tuviera nada que ver.

-Carlota, mi nombre es Carlota, me siento gorda con este nombre, “ahí viene Carlota la gordota con cara de pelota y panza redondota”. Me siento llena y mi panza llega hasta mi garganta, ¿qué será?

Después de conocer el departamento, que por su tamaño solo tardamos 112 segundos, salimos a jugar al jardín.

-Oh… me siento tan llena que no puedo caminar, pensaba Carlota mientras daba pasos con sus patas separadas.

“Camina chistoso” me dijo Lu preocupado.

Regresamos al departamento, era la hora de comer y por ser un día especial Carlota encontró su plato lleno de pollo con arroz, y en vez de sentir más hambre, la emoción le provocó sentir su estómago un poco más grande y lleno.

-¿será mi panza?,no… lo siento más arriba, creo que es mi corazón, ¿qué es esto?, ¿tendré colesterol?

Ignorando lo anterior Carlota se comió todo el plato y lamiéndose los bigotes vio a través de la sala su reflejo en el espejo blanco:
-Dios mío pero si estoy obesa

“¿No ves muy delgada a Carlota?”, me preguntó Lu, “un poco”, le contesté, “poco a poco agarrará peso”, dije mientras agendaba la cita con el veterinario.

-¿Más peso? Pero si ya casi no puedo moverme, dijo Carlota mientras recibía mi beso en la frente, cuando de pronto, puuum, sintió que subió 400 gramos más.

La luna apareció y después de un día tan agotador llegó la hora de dormir, la hora favorita de Carlota desde que había sido abandonada por su familia anterior, en esos momentos no sentía hambre ni frio y se imaginaba todo lo necesario para llenar un poco su corazón de ganas de vivir más.

Nos fuimos todos a la cama, después de un “buenas noches” y un abrazo grupal, forzado pero deseado, nos fuimos todos a dormir. Carlota sentía que ya no cabía en la cama por su gordura, se acomodó como pudo y abrazo a su changuito de peluche que le compramos para que no se sintiera solita, resopló de nuevo y entonces una idea apareció en su cabeza que se prendió como un foco de caricatura sobre ella,

-Creo que ya sé que me está pasando, no estoy gorda, estoy llena de amor

Y con algo que parecía una sonrisa en su cara, volteó a vernos a través del marco de la puerta, movió lentamente su cola a la izquierda, a la derecha, a la izquierda, cerró los ojos y a dormir. Desde nuestra cama la veíamos hacer ruidos chistosos, mover sus patas y apretar los ojos. “¿Qué estará soñando?”, le pregunté a Lu. “Quien sabe a donde vaya Carlota cuando duerme”, me dijo dos segundos antes de que llegara su primer ronquido. Que rápido se duermen esos dos pensé, o lo soñé, no sé, yo también caigo rápido en los brazos de Morfeo.

Una plática interesante a la hora del té con el perro de porcelana de la sala.

Pelotas rojas rebotando por el mundo sin cesar.

Un buffet interminable con platos llenos de pollito con arroz, tocino crujiente, salchichas y rosca brioche.

Reunión de amigos para degustar diferentes tipos de pasto y entonces tener en mi estómago un jardín con el mejor diseño paisajístico que mi lengua puedo tener.

Un concurso de ver quien espanta más palomas y quien le pega a más gatos con chipotes chillones de algodón.

Soñar a dormir en la cama de mis nuevos papas o tener una cama gigante donde pueda meterlos, o aún mejor, hacer a mis papas pequeños y llevarlos a donde yo quiera.

Una galleta que caiga del cielo cada vez que muevo la cola.

Una pista de correr que parezca arcoíris, que llegue desde mi nueva casa hasta la luna, donde a través de un telescopio pueda ver al mundo y si alguien necesita un beso, solo basta con tomar el teleférico para bajar a donde estén.

En las noches de flojera, proyectar mensajes en la luna y hacer un cine al aire libre para todo el mundo, mientras me libero del estrés con pulgas y garrapatas masajistas, graduadas de la mejor escuela de piojito del mundo.

Un bosque lleno de árboles de donde cuelguen zapatos para morder y haya un rally para encontrar huesos enterrados. Llegar de un brinco a la playa para continuar el rally recogiendo objetos lanzados al mar incesantemente, hasta cansarme y regresar a mi cama, seca y sin frio, observando a través de la ventana fuegos artificiales silenciosos en un mundo donde todas las ambulancias estén desempleadas, los perros vivan en hogares donde los quieran mucho, haya amor y paz y parezca navidad eternamente…

Con el primer rayo de sol de la mañana y los ojos un poco hinchados, Carlota descubrió que tenía una nueva parte favorita del día, despertar en casa con el olor a café y pan con mantequilla, salir a hacer pipí, hacer sus estiramientos que ahora que sabe que son posiciones de yoga los hace con más estilo, despedirnos cuando salimos a trabajar y mientras espera nuestro regreso a casa, imaginarse nuevos sueños por vivir cuando se acabe este maravilloso día.

-Lu, dije viéndome en el espejo, ¿me veo gorda?
-El lunes comenzamos dieta, dijo Lu seriamente, que me siento un poco más rellenito.

jueves, 8 de agosto de 2013

El Sauce

Revienta la ola y pasa una pareja de gaviotas volando bajo, justo a la altura del toldo del carrito de los elotes, lo que provoca que el vendedor levante su cabeza y haga una mueca graciosa al momento en que dos enamorados tomados de la mano se dejan golpear por el vaivén del mar. Entonces se escucha ese click que tanto me satisface: tomé una foto más. Esta mañana en la playa, acompañado de Mango, un labrador de 6 años y mi novia, una nikon D3200 recién adquirida como auto-regalo de cumpleaños, ha sido relajante, muy relajante, por no decir aburrido. En estos momentos solo puedo pensar en lo mucho que extraño a José María, mi fiel compañero de aventuras, el brazo extra que necesito para cargar la hielera, el cómplice perfecto tanto en la plática fluida como en los silencios cómodos, en resumen, el mejor amigo. Me preparo para irme, recojo mi toalla, el plato de Mango, mi botella de agua y me doy cuenta de que he aprendido a viajar ligero, tal vez porque últimamente viajo solo. Veo la hora y me doy cuenta que tengo que apurarme, llegaré tarde a mi cita de los sábados. Últimamente me he vuelto tan metódico, como mi padre. Son las cuatro de la tarde en punto y ya estoy aquí, con un paquete en las manos, unos cigarros y una tristeza que trato de disimular aunque pesa tanto que hasta me veo más bajo de estatura por la carga. Por fin me dejan entrar y lo veo ahí, sentado con la espalda recta, se levanta y nos abrazamos como siempre lo hemos hecho, con sinceridad, un apretón de manos y una sonrisa leal chocan con nuestro encuentro. “Siéntate”, me dice, “estás en tu casa”, mientras giramos la cabeza y vemos a los extraños que nos rodean. -Fui a tomar fotos a la playa hoy, si vieras a Mango, ya es casi un perro viejo. -Gracias por cuidarlo Miguel, lo extraño mucho, espero que salga en las fotos, déjame verlas. -Aquí están José María tomó el sobre de papel manila con sus manos delgadas, lo abrió y sacó las fotografías recién impresas hace apenas media hora. Las iba pasando una a una, y yo, analizando su cara, esperaba una reacción de mi mejor crítico, de quien desde los años de universidad espero aprobación para cada exposición o trabajo que consigo como fotógrafo. Él fue el único que me motivó a dedicarme a esta pasión y se lo agradezco cada vez que escuchó ese “click” que tanto me emociona. De pronto se detuvo y se quedó fijando su mirada en una de mis fotografías, moría por saber cual era pero lo veía tan concentrado que esperé con ansias hasta que él dijera la primera palabra. Escuchó las gaviotas y sintió la sal en sus labios, movió los dedos de sus pies dentro de los zapatos pero lo que sintió era la arena blanca que tiene Miramar, levantó la mirada y el sol lastimó sus ojos, provocando que regresara la vista hacia el mar donde sonrió con los enamorados juguetones mientras se saboreaba un elote con queso y mayonesa, sintió el húmedo y caliente vapor que salía del hocico de mango esperando una muestra de cariño. Sonrió y dijo: “¿me puedo quedar con esta foto?” -¡Claro!, respondí, es tuya. ¿Qué quieres ver el próximo sábado? -Extraño ir a pescar. -Pues entonces, te traeré el Tamesí. -Gracias amigo. -De nada. Incliné la cabeza como en reverencia y de pronto me sentí un poco ridículo al hacerlo y me levanté. Tras platicar por un rato me retiré de mi cita de las cuatro con el mismo apretón y la misma sonrisa, aunque esta vez fingida. Salí de la sala y caminé hacia mi coche, mientras el salió de la sala y caminó hacia su celda. Ambos llevábamos fotografías en la mano, yo mis recuerdos de la mañana y él sus añoranzas del mañana. Una confianza desmedida a una persona indebida provocó que mi mejor amigo esté purgando una pena que no le corresponde. Asuntos legales, impuestos, dinero y corrupción, juegan con la reputación de una de las mejores personas que conozco y yo no puedo hacer nada. Pensar que a los 18 años opté por el camino de la fotografía en lugar de las leyes, y que fue él quien me convenció de hacerlo, me provoca hasta risa la ironía y me arrepiento de serle inútil en estos momentos. Mi mejor amigo está en la cárcel y nunca he podido preguntarle cómo se vive ahí adentro. Tengo miedo de la respuesta y de ver desmoronarse a mi amigo el fuerte, el que toca la guitarra y tiene buena voz, el alma de las fiestas y el campeón de todos los torneos de tenis de la zona, el galán que nunca seré y el amigo que necesito. Solo en su habitación de 2.75mx2.75m, José María tomó una tachuela y colocó la fotografía en la pared, justo al lado de una imagen anterior, tomada en el café de la plaza, donde se escucha el choque de las alas de las palomas al tratar de huir de esa pequeña amenaza de 5 años que les avienta migajas de pan con más fuerza de la que parece. Entrecerró los ojos y pidió un americano con leche, sintiendo la mirada de las meseras coquetas, sonrió y miró fuera del local, hacia el kiosco, él sabe que tiene un perfil privilegiado así que les dio unos segundos de libertad a las chicas para que lo vieran con tranquilidad, tomó el café y salió a la plaza donde se sentó en una de esas pequeñas mesitas que colocan en el paseo peatonal, leyó el periódico y escuchó las campanadas de la catedral, se apresuró para terminarse el café, dejar propina y atravesar la plaza para dirigirse a misa en ese edificio pintoresco lleno de colores al que antes solo iba en bodas de amigos, de hecho, no recuerda la última vez que fue a misa en su libertad, ahora trata de hacerlo cada domingo a través de sus fotografías. …y con tu Espíritu… Brincó de una foto a otra y se mudó al paisaje que retrató Miguel por la mañana, jugó con mango y por fin pudo probar un elote asado que tanto ansiaba, decidió permanecer todo el día en la playa, hasta quedarse dormido, en fin, no había nada mejor que hacer por aquí. Una vez aterrizando de aquella bajada del diablo llegué al parque donde salen las lanchas rumbo al Río Tamesí, paseo obligado de mis vacaciones de semana santa con José María, esta vez no tenia lancha propia, pero me subí a una pública y recorrí los manglares, los cocodrilos y las aves con mis ojos siempre sorprendidos. Llegamos a un terreno donde me impresionó la presencia de un árbol, tan grande y tan triste: un sauce llorón. Era la imagen perfecta, había una mujer recargada sobre mi protagonista, el sauce, con una mano sostenía un libro y con la otra acariciaba el tronco de aquel personaje. Quería congelar el tiempo en una fotografía, sabía que José María me felicitaría por ella, pero de pronto, una inoportuna mujer se atravesó entre mi lente y la imagen perfecta, con su pelo café a punto de ser rojo y una sonrisa un poco más inclinada hacia el lado derecho, sonrió avergonzada y tras 14 “perdones” seguidos, donde el brillo de sus ojos flasheaban mi mente, olvidé el sauce y a la mujer del libro. Imprimí las fotos, la vi de nuevo y noté el verde de sus ojos, quería platicarle a José María de mi encuentro inesperado pero, siguiendo nuestro famoso dicho de “no comer pan frente a los pobres”, decidí omitirlo. Llegué de nuevo puntual a mi cita del sábado a las cuatro, con mi paquete de fotos en el sobre manila y mi cajetilla de cigarros. Saludé como siempre a mi amigo de siempre, y le extendí el paquete esperando su aprobación a mi trabajo artístico de la semana. Tomó el paquete en sus manos y empezó a ver una tras otra las fotografías, se detuvo en una y yo me moría por dentro de saber que foto había causado tanto brillo en sus ojos -¿Puedo quedarme con esta? -¡Claro! La que tú quieras, dije mientras me asomaba a ver qué fotografía había sido la ganadora. -Ahh claro, esa mujer se atravesó en mi toma y terminó mejorándola por mucho, ¿no crees? -Vaya que lo creo, dijo. Y tras una plática común se despidieron. Miguel se dirigió hacia su coche y José María hacia su celda, esta vez de 3mx3m, donde tomó una tachuela y colocó la fotografía junto a la anterior, la de la playa. “Hoy iremos a pescar”, se dijo a sí mismo, y entonces la fotografía tomó vida. El sauce comenzó a menear sus hojas al ritmo del viento y por fin comprendió el significado de “una brisa hechicera”, el ambiente supo salado y hasta la temperatura del lugar cambió, sus manos olían a carnada y sintió su piel tostarse con el sol. “Estoy loco”, pensó… pero que vivo me siento, vivo y libre, libre y feliz. De pronto, un día no estipulado por la rutina, me llamó José María un tanto emocionado, me comentó que ya es mucho tiempo el que ha pasado desde su última cita, y si bien recordaba, yo tampoco había usado mi fama de galán últimamente, así que me retaba a tener una antes del sábado, me retó a que el sobre manila del sábado, tuviera esta vez, evidencias de una cita romántica. Acepté el reto y siendo un poco infiel a mi nikon, decidí invitar a otra dama a formar un trío con nosotros dos, y aceptó. La primera fotografía fue de mi imagen en el espejo, si tan solo se pudiera oler el perfume y las ganas que le puse a mi aspecto, la segunda toma: la puerta de su casa, como tercera imagen tomé la cena, muy “instagram” pensé, la siguiente imagen era ella caminando hacia el baño, seguro pensará que soy muy raro por andar tomando fotos, pero inventaré que es un proyecto que tengo en puerta. Quinta imagen, su mano en la copa, sexta imagen, su mano diciéndome adiós con la puerta entrecerrada de su casa. El sábado Miguel llevó la promesa cumplida, como siempre lo hace con su mejor amigo, entregó el paquete, sonrió y platicaron de cosas diversas. Esta vez José María no quiso abrir el sobre frente a su amigo y prefirió llevárselo con él a su habitación, por primera vez José María esperaba la despedida, muriendo de ansias de encontrarse con su mundo de fotografía. Dentro de su cuarto de 4mx4m, sacó las imágenes y colocó una a una con tachuelas de colores sobre su muro, primero regreso a la fotografía del Tamesí, donde se atrevió a saludar y preguntarle su nombre a esa mujer enigmática pero transparente, extraña combinación. –María- le dijo. y al siguiente instante platicaron como si se conocieran de toda la vida, la invitó a cenar y se llenó de emoción. Se vio en su recamara arreglándose mientras en la imagen del espejo aparecía Miguel dándole una palmada en el hombro, fueron a su casa y vio como se apagaba la luz de la ventana del extremo derecho y luego se abría la puerta dejando mostrar a su cita, fueron a cenar y una vez que la dejó en su casa gritó su nombre: ¡María!, ella salió de nuevo por esa puerta que anunciaba la despedida, sonrió pícaramente y lo invitó a pasar. Su cita fue mucho más satisfactoria que la de Miguel, aunque la de José María, fuese irreal, se sintió tan pero tan cierta, que decidió dormir en la fotografía y tratar de no despertar en la celda la mañana siguiente. Llegó el sábado y esta vez en lugar del sobre manila que siempre llevaba para José, le llevé una sorpresa: -Te presento a mi prometida, dije sintiendo el coloreatado bochorno en mis mejillas. -¿María?, dijo mi amigo con mas espanto que asombro -Mariana, ¿te lo había dicho antes? Pensé que no, dije apenado, gracias a tu reto de tener una cita, mírame donde estoy ahora, escogiendo flores para los centros de mesa de mi boda, imagínate, será en ese salón que tanto odias y del que tantas veces salimos borrachos tras una fiesta. En este momento el mundo se derrumbó para José María, sintió algo que cerraba su garganta y extrañamente no envidió a Miguel, sino al viento, solo podía pensar en el viento y su estúpida libertad de rozar la piel de quien quiera y recorrer las calles que le plazca. Envidió tanto al viento, que de un portazo se cerró la puerta -Al parecer entró norte, dijo Miguel José María se quedó en silencio. Regresó a su habitación, esta vez de 1x1 y recorrió las imágenes del muro y llegó al restaurant a exigirle a María, o Mariana o como se llame, que volteara su mirada y de frente le dijera que no lo amaba, al notar que no giraba hacia él, se dirigió hacia la fotografía vecina y llegó al río, donde la encontró de frente obligada a encararlo. María cerró los ojos y le dijo: no llores por favor. José María apartó la mirada de la de ella, se puso de espaldas y ante el soplar del viento, su cuerpo se adueño de tanto coraje que solo dijo, -vete. Sintió que con ella se iba su corazón y su esperanza, mientras el paisaje hermoso de la ribera del río se quedó ahí, inútil, inútil sin ella, tapó sus ojos y se tiró a llorar. Si alguien tomara una fotografía de este momento, se vería un sauce llorón en el fondo y él, un llorón mas en el frente, esperando que pase de nuevo el amor, aunque sea en su mente, porque no puede moverse de donde esta, aunque en realidad, si alguien tomara una foto ahora, solo se vería un hombre tirado sobre el catre dentro de un maldito cuarto de .5mx.5m llorando. Ambos, sauce y preso están solos, tan solos como ellos mismos. De pronto me llamó José María y me dijo que no quería que fuera a visitarlo, rompió la rutina de mi día y me sentí un poco aliviado por pasar un sábado completo con Mariana. -Tengo reunión con mis abogados, me dijo. ¡No te quiero ver porque estoy enamorado de tu novia!, pensó, pero este grito se quedo atrapado en la frontera de sus dientes blancos y un silencio se apoderó de la llamada telefónica. -Suerte le dije. -Igual, me contestó. José María arranco las fotografías de su habitación de .95x.95 y con ellas arrancó también las caricias y besos que María le daba dentro de su mundo paralelo, borró las tantas platicas que compartían noche a noche en su habitación, arrancó sus paisajes vacios y los guardó en un sobre junto a sus emociones. Pidió una llamada telefónica y marco a su madre, le pidió que fuera a verlo pues tenía algo que quería darle a Miguel, -Son mas suyas que mías mamá, dijo con el tono que todos utilizamos cuando hablamos con nuestra progenitora -Pronto me inventaré un pasatiempo parecido, verás, me gusta escribir… poesía, ¿puedes creerlo?, ya veremos, tal vez haya algo más en mi que aun no conozco. ¿Talento?, supongo que sí. Tomé el paquete de las manos de la madre de José María, quien con lágrimas en los ojos me abrazó diciendo, casi sin entenderse por el lloriqueo y la risa desproporcionada y abrumadora, que su hijo pronto sería liberado. Así que una vez con el paquete en las manos, decidí abrirlo para ver que sorpresa me mandaba mi mejor amigo, tome cada fotografía y leí en cada una un fragmento de lo que ocurría por su mente, comprendí, si se puede, los sueños que vivían dentro de mis imágenes, sus imágenes. Sentí celos de Mariana y tras darme cuenta de lo desquiciado que esto sonaba, saqué las ideas de mi mente o más bien, mi mente de las ideas, pues al parecer, no eran solo mías. “José María: la exposición. Una serie de 15 fotografías acompañadas de poesía. Imágenes por Miguel Rendón y Textos por José María Luna.” José María llegó puntual a su cita de las cuatro, su primera cita fuera del penal, entró a la sala de 13x20 con su caminar pausado, ojos separados y ceja poblada, respiró tanta luz y gente que hasta se sintió desprotegido. -No esperaba verte, dijo Miguel -Pensé que no tendría ánimos, pero heme aquí -Esto es mas tuyo que mío -Gracias Recorrió toda la exposición con una copa en la mano, caminó pausado y con una sonrisa de satisfacción en el rostro, de pronto, se posó frente a la fotografía del Tamesí, el sauce llorón y María(na), y dijo en voz baja: “te inventé muy tarde”. -¿Qué dijiste?, se escuchó una voz femenina un poco gangosa decir -Nada, dijo José María, mientras giraba su estudiado perfil y se encontraba con una mujer de pelo obscuro y pecas en la nariz, ojos grandes color agua cochina, como diría su tía Lupe y ante una sonrisa contenida en unos labios delgados, él sonrió igual con sus carnosos labios rojos, cual carmín, de nuevo una expresión que la tía Lupe usaba cuando lo describía como el adonis que veía en el -¿Te gusta la foto?, dijo José María tan nervioso que se le notó en la voz -Es mi árbol favorito, contestó la mujer, -de hecho ese día lo bauticé. -¿Ese día? -Mírame, estoy ahí en el fondo, bueno, de no haber sido por Mariana que se atravesó -Lo bautizaste, dijo sonriendo ampliamente pero esta vez hacia adentro, hacia sí mismo- ¿cómo lo llamaste? -José En ese momento José María se quedó viendo la foto, se adentró en ella como lo hacía en su habitación de 2.75x2.75 y vio a esta bella mujer, que ahora estaba a su lado, despegar su mirada de un libro, tocar el árbol con su mano izquierda y girar su mirada hacia él, sonriéndole, con esa amplia sonrisa delimitada por sus labios delgados. -Mucho gusto, soy José María -¿Cómo la exposición? -No, como tu sauce. Se dieron un apretón de manos, chocaron las copas y… Click -Ya era hora de que salieras en una foto amigo, dijo Miguel- Ahora sí, volteen y sonrían...1…2…3!

lunes, 29 de octubre de 2012

tango

El bandoleon alarga las notas sosteniendo un sentimiento que desconozco, me invade completamente pero no distingo entre tristeza o felicidad, prolongo este momento como quien estira una liga y justo antes de que reviente se interrumpe mi intimidad con el cambio de la música, música que me dice que debo ser feliz, que me escribe en la mente la palabra añoranza aunque sinceramente no sepa que significa… siento en mi interior el meneo de mi ser, como el que se le da a la copa de vino antes del trago. Soy suave, me muevo suave, sonrio aunque mi labios permanezcan cerrados, abro los ojos hacia mi interior aunque mis parpados no se despeguen, floto lentamente, con toda la gravedad que tiene el mundo…floto. Y dentro de mi cuerpo acorazado que no permite salir a ninguna emoción, yo vivo una danza especial. Hay dos mundos, uno aquí adentro y uno allá afuera y soy tan privilegiada de estar en ambos, gracias a Astor piazzola

lunes, 31 de enero de 2011

El domingo

Una vez más, Julio Domínguez recibió el primer rayo de sol de la mañana acompañado de un sonido insoportable del aparatejo que duerme con el noche tras noche, su despertador, el mismo que le obsequió su padre cuando entró a la secundaria. Definitivamente las cosas antes duraban mas, pues ese despertador lleva 25 años levantándolo en contra de su voluntad para empezar prematuramente un nuevo día.

De lunes a sábado, Julio Domínguez golpea con fuerza su despertador para descargar su mal humor y apagar el sonido taladrante que produce, se sienta en silencio en su cama con los ojos cerrados, respira hondo, se truena cada uno de los 10 dedos de las manos, los 9 dedos de sus pies –gracias a los cuetes de un 31 de diciembre 3 lustros atrás-, truena sus codos, rodillas, cuello y espalda, se talla los ojos, abre la boca grande y mueve su mandíbula para que truene así como el resto de su cuerpo, golpea la cama con sus manos a los costados y se levanta para comenzar un nuevo día.

Trabaja 6 de 7 días a la semana encerrado en una caseta de obra solicitando materiales y peleándose con proveedores, extrañamente no le molesta, de hecho le gusta su trabajo, lo que odia, es solo tener el 14.28% de la semana para despertarse tarde, desayunar con calma, ver televisión y salir a caminar. Un solo día a la semana le pertenece y es por eso que Julio Domínguez ama los domingos.

Desde hace unas semanas, Julio Domínguez perdió la felicidad que este día tan esperado le producía, todos los domingos un sonido aun peor que el de su compañero despertador invade su casa; el señor de la trompeta levanta a toda la colonia con las mañanitas seguidas por el cielito lindo, amor eterno y cualquier otra canción que su falta de talento pueda reproducir.

El primer domingo que esto sucedió, Julio Domínguez hizo su ritual de tronarse todos los huesos del cuerpo antes de levantarse para ver por la ventana al personaje aquel, le hizo shhhh con todas sus fuerzas sabiendo en el fondo que nadie lo escuchaba, cerró las ventanas y regreso a la cama, tapó sus orejas con la almohada y decepcionado de su técnica de aislamiento acústico, tarareó las canciones seleccionadas por el concertista dominical y se levantó de la cama para servirse un café, pues nadie puede dormir con semejante música desentonada.

Pasó una semana y Julio recibió su día libre con las mismas notas que siete días atrás, esta vez se paró de su cama, vio al señor de la trompeta y le gritó -¡silencio!-con todas sus fuerzas y agregó un porfavor con toda su educación, regresó a la cama y al escucharse a sí mismo cantando “Vamos al Noa Noa”, se paró, lavó su cara eliminando los rastros de sueño profundo de la comisura de su boca -baba- se talló los ojos y salió a comprar un café y un pan, pasó por al lado del señor de la trompeta, le dijo buenos días en tono sarcástico y con mirada agresiva, aunque nunca nadie la interpreta así debido a sus parpados caídos y largas pestañas. El señor de la trompeta respondió asintiendo con la cabeza.

El siguiente domingo, Julio Domínguez estaba preparado, había comprado unos tapones industriales y cerrado herméticamente las ventanas, pero aun con estas barreras al sonido, las notas mal tocadas se introdujeron en su oído y su mente y lo levantaron a las 8:33 de la mañana maldiciendo a José José y a su “almohada”, la canción favorita del señor de la trompeta.

Así las semanas se han convertido en meses y Julio Domínguez no solo odia la llegada del lunes sino la de todos los días, su malhumor se ha incrementado y su paciencia está a dos de darse por vencida. Este domingo, resignado, Julio no hizo nada por defenderse del terrible sonido semanal, es más, estuvo esperándolo aún antes de que comenzara. Lo escuchó, y previo a levantarse trató de descifrar la canción escogida para amargarle el sueño, en cuanto comprendió que era “a mi manera” tipo pasito duranguense, se paró aun mas enojado de su cama y mas despierto que nunca. Se vistió con unos pants de esos que siempre se usan los domingos y salió a la calle a buscar otro vecino enojado con el cual pudiera compartir su frustración, encontró varios y por primera vez se sintió comprendido, le comentaron que así sucedía todos los días y Julio logró sentirse afortunado de solo escucharlo los domingos.

Caminó y pasó al lado del sitio donde día a día se colocaba el señor de la trompeta con su falta de talento a inundar la colonia de canciones, para su sorpresa, esta vez no había nadie, solo estaba una mochila, el estuche de la trompeta abierto y la trompeta en su sitio. Algo se apoderó de Julio Domínguez, algo proveniente del lado oscuro de su interior lo empujó a tomar la trompeta y correr, al tenerla en sus manos se sintió el protector de Morfeo y el salvador de la colonia y justo cuando se disponía a correr de vuelta a casa un sentimiento apachurró su corazón cuarentón y exprimió el remordimiento de su ser; entre la lucha de lo correcto y lo incorrecto, Julio Domínguez encontró el equilibrio, metió la mano en la bolsa izquierda de sus pants grises, saco su billetera, sacó todo el dinero que tenia ahí, que para ser sinceros era mucho más del acostumbrado, mucho mucho mas, y lo aventó en el estuche vacio del señor de la trompeta, bueno del señor a secas pues su instrumento para este entonces ya estaba aventado en lo más recóndito del closet de Julio Domínguez.

Tras esconder la trompeta, Julio Domínguez se sirvió un café, leyó el periódico y decidió regresar a la cama a dormir un poco más, con una sonrisa en la boca, pensó en todos sus vecinos sintiendo la misma alegría que él al escuchar el silencio de la mañana, orgulloso de sí mismo, cerró los ojos y se dispuso a dormir. Transcurrieron los 5 minutos más perfectos de sueño, cuando de pronto, se escucharon patrullas de policía, sirenas y mucho movimiento en la calle. Julio abrió los ojos tan grandes que sus parpados caídos sintieron estirarse, el miedo lo invadió y quiso taparse la cara con la sabana, rezó por haber escondido bien el objeto robado y luego, un poco más calmado, se pregunto así mismo: -¿todo esto por una simple trompeta?

Se asomó por la ventana y vio el estuche abierto sin el dinero, tampoco estaba la mochila ni el "concertista", en su lugar habían muchas patrullas, todas rodeando la casa grande de rejas, que era idéntica a la suya y se encontraba ubicada en la acera de enfrente. Vio a los elementos policiacos saliendo de la casa con varios hombres esposados, sus vecinos, y sintiendo cada vez más miedo, se metió rápido a su casa pensando en el señor de la trompeta.

-Seguramente algo sucedió, tal vez alguien lo atacó, le robó el dinero y le encajó un cuchillo en el abdomen, y yo soy primer sospechoso al ser el ladrón de la trompeta-

Tenía que deshacerse de ésta antes de que la policía se diera cuenta de que se habían equivocado de casa, tenía que eliminar el instrumento que lo metía directamente a la escena del crimen. Así que tomo una mochila que no utilizaba desde que hacia ejercicio y tenia novia, metió la trompeta ahí, envuelta en ropa que llevaría a la lavandería, practicó su cara de tranquilidad en el espejo y cuando se sintió preparado, salió de su casa, con los mismos pants grises de siempre.

Al salir vio a muchos vecinos y se sintió tan observado que una gota de sudor corrió por su frente, se acercó lentamente un policía y antes de que dijera una palabra, Julio Domínguez ya estaba a punto de confesar su robo, se frenó cuando el policía le sonrió y le dijo, -buena mañana ¿no cree?, hemos estado siguiendo a esta banda de secuestradores desde hace mucho tiempo y nunca habiamos podido detenerlos, al parecer tenían gente vigilando los alrededores y anunciando cada movimiento de la policía protegiéndolos en cualquier lugar donde decidieran vivir.
Gracias al cielo que hoy fallaron con su técnica y su vigilante los abandonó dejándonos el camino libre. -¿Puede creerlo?, con solo una trompeta nos han traído dando vueltas y vueltas por toda la ciudad buscándolos

-¿Cómo dice?-pregunto Julio Domínguez muy extrañado

-El jueves descubrimos que tenían como vigilante a un indigente que tocaba la trompeta en la calle a cambio de unos cuantos pesos, lo que realmente hacia era anunciar la presencia de policías, enemigos o clientes, ya que cada una de sus canciones determinaba una señal para estos secuestradores.

-¿qué pasó con el señor de la trompeta?

-Dicen que lo vieron comprando un jugo en la esquina, que regresó a su puesto de trabajo, tomó su mochila y se fue, al parecer se llevó el instrumento

Julio Domínguez sonrió, agradeció al policía por haber salvado la seguridad de su colonia, aunque en el fondo se refería al silencio de los domingos. Se subió a su coche y se fue a la “lavandería”, botó la trompeta en el camino, la cual después seria encontrada por un niño de 8 años que al parecer si tiene talento. Regresó de muy buen humor a casa, tan buen humor que decidió salir a caminar.

En su paseo se encontró con Aracely Treviño, una guapa mujer de 37 años que vivía en la calle contigua a la suya. Jamás se habían visto.

Aracely era maestra de inglés y estaba todos los días en su casa dando clases de 11 a 7 teniendo solo un dia de descanso, el cual aprovechaba para irse a casa de su madre y huir de la musica callejera dominical. Tras el incidente aracely decidio quedarse en casa, salio a regar el jardin en pants rosas y chanclas, se encontró con Julio quien vestia pants grises y tenis, platicaron el suceso y se tomaron un café.

Dicen que vieron en un camión de la ruta palmas a un señor con una mochila y una sonrisa bien puesta, asomándose por la ventana hizo la parada del camión justo enfrente de la tienda de instrumentos musicales, entró y empezó a ver las trompetas, con la más bella de todas en sus manos y consciente de que le alcanzaba el dinero para comprarla, recordó como odiaba que su padre lo despertara con ese sonido todos los fines de semana y se dio cuenta de cuánto le molestaba tocar la trompeta, haciendo cuentas mentales de su dinero, aumentó el tamaño de su sonrisa y dejó el instrumento en su lugar, se sintió más libre que nunca y salió de la tienda, tomó otro camión y paró en la esquina de la avenida más conocida, se detuvo frente a la tienda que siempre veía desde afuera intrigado por los costos de lo que adentro se vendía, esta vez tuvo el valor de entrar y compró lo necesario para vivir lo que realmente le apasionaba. Se fue a casa tarareando la canción de “Querida” que significaba que ya se iba a descansar, llegó a casa, saludó a su familia, les platicó lo sucedido y luego obedeció sus pasiones, se puso a pintar en completo silencio.

martes, 11 de enero de 2011

Miguel “El Loco”

FIN … y tras un año entero llegó la palabra al papel, esta vez, al terminar de leer el último capítulo de su libro de la Verdadera Revolución de 1910, Miguel se sintió contento con el resultado, dejó la máquina de escribir y los apuntes sobre el escritorio, se quitó los lentes y con un suspiro de satisfacción, decidió dejar la biblioteca y salir por un refresco, no sin antes llamar a su esposa, quien siendo el personaje más fiel y constante de sus novelas, le ha mostrado la paciencia perenne del que ama.

-Emilia, ¡lo he terminado!, nos vemos en un par de horas en casa, dile a Luis que muero por verlo y que hoy jugaremos hasta el cansancio.
Con la emoción de quien se gana un regalo en la rifa de fin de año, Emilia aplaudió (literal) a su esposo desde su casa y con mucha alegría le dijo, -¡ven ahora!
Imaginándola entre sonrisas, Miguel le dijo a su esposa: “Te quiero a las diez de la mañana y a las once y a las doce del día”
Y con otra sonrisa de respuesta, Emilia contesto: y “¿Quién podría quererte menos que yo amor mío?”

Hace un tiempo que tomaron prestada esta frase del gran Sabines y la adoptaron como despedida oficial después de cada llamada por teléfono, antes de ir al trabajo o incluso para irse a dormir. Emilia y Miguel colgaron los teléfonos y separados por una larga distancia, suspiraron por igual, dejando evidente que al paso del tiempo su amor no disminuía, tal como lo hacía su cabellera o la vitalidad para bailar toda la noche.

Con la sonrisa acariciando sus orejas y cegado por el Sol que le venía a felicitar por su trabajo, Miguel corrió al exterior de la biblioteca con ese pasito característico del que está contento, que sin importar edad, educación o sexo, se hace evidente, como ley de física ante una acción feliz. Justo en el paso 4.5 y con el ritmo perfecto de la felicidad, se escuchó un fuerte rechinar de llantas, un encuentro repentino con unos ojos horrorizados dentro de un vehículo más cercano de lo normal y con un silencio tan incierto como incomodo Miguel cayó al suelo, convirtiendo a las jacarandas y la escalinata de cantera en el triste escenario donde poco a poco su vida se empezó a difuminar.

Tras aquel golpazo, Miguel ya no era Miguel, se perdió en un mundo extraño dentro de su cabeza y por más intentos de traerlo de regreso, se mantuvo fiel a su nuevo hogar de luces diferentes. Cada día era más lejana la esperanza de encontrar al Miguel ESPOSO dentro de ese mundo de otra luz, los doctores pidieron a Emilia que afrontara la realidad y supiera que Miguel PAPA no iba a volver, que Miguel HIJO no reconocería a sus padres, y que lo único que quedaba era Miguel LOCO y los recuerdos de quien alguna vez fue.

En ocasiones, Miguel “El Loco” se perdía por completo en su mundo, despegaba los pies del suelo y volaba por aquellas tierras de cielos azules, arena blanca y mar turquesa, a veces viajaba al verde del campo a buscar las ruinas de los antepasados o mejor aún, se mudaba a uno de los murales de Siqueiros y platicaba al tú por tú con Porfirio Díaz.

Sus lapsos eran momentos de magia y felicidad para Miguel, en cambio, implicaban desesperación y tristeza para aquellos que no llevaba al viaje. Cuando sus ojos enmarcados por una poblada ceja obscura, que iba llenándose de nieve conforme pasaban los años, veían la blanca pared como si fuera un infinito mar, y el lado derecho de su boca se torcía un poco hacia abajo, todos, sobre todo Emilia, sabían que se estaba mudando al departamento de la locura y una vez más la estaba dejando sola, con unas ganas desgarrantes de preparar sus maletas y mudarse con su amor perdido, a donde fuera que él estuviera.

Y así pasaron los años, crecieron los niños, talaron las jacarandas y los ojos de Emilia se cerraron, así seguía pasando la sombra de Miguel con su cuaderno de pasta café por la sala de aquella casa que una semana antes del accidente, insistiera en que se pintara de azul. El cuaderno que empezó como parte de la terapia se volvió en el fiel e inseparable compañero de este loco, redactaba los lapsos de cordura y locura, enlazados con el amor y forrados de nostalgia.

En sus hojas amarillas se leía lo siguiente:
Voy caminando por una selva espesa, el color verde satura mis ojos y mi respiración, ¿alguna vez han respirado un color? en las ciudades suele ser gris, en la playa azul y en este momento estoy llenando mis pulmones del color verde. Estoy buscándolos, estoy buscándote Luis, trato de concentrarme y la densa humedad no me lo permite, cierro los ojos y entonces los veo, ¡duendes burlones devuélvanme mi recuerdo!, ¿Donde están aluxes?! Muéstrense como son, con su baja estatura y su risa burlona, no me asustan, dejen de jugar conmigo y devuélvanme a Luis, ya se han robado todo lo demás, por favor ¡dejenme mi recuerdo!. Un joven se acerca a mí, siento que lo reconozco pero no puedo evitar preguntarle quien es, y en el proceso de mi confusión me contesta con palabras seguras y tranquilas que me ayudará a encontrar a Luis dentro de mi cabeza, dentro del espeso color verde y dentro del cada vez más débil corazón.

El joven del sueño, un huérfano de madre y con un padre a quien apenas conoció cuando era niño, se llama Luis Fernández, se encuentra en la casa de la sala azul en la visita obligada que hace mes con mes, donde lleva comida, cambia focos, arregla puertas, pinta y paga los servicios de enfermera y ama de llaves, pero conforme se le da vueltas a las hojas del calendario, nota como mueren una a una las ganas de ser reconocido por ese señor que habita la casa. Tras darle un abrazo a aquel hombre de canas blancas y arrugas que parecieran idea de algún diseñador textil, se sentó en el jardín que se pinta de rosa todas las tardes de abril, suspiró pensando en su vida profesional, en sus logros, en su novia, y elevó los ojos al cielo, sintiéndose más huérfano que nunca. Una vez dicho a Emilia, su madre, con el lenguaje silencioso del corazón, lo mucho que le gustaría que estuviera presente, bajó la cabeza regresando la mirada a su realidad y vio tirado en el suelo, el cuaderno de pasta café con las iníciales de su padre en el lomo, lo levantó, sacudió las flores rosas que cayeron sobre él y se sentó en el borde de la jardinera con el libro entre las manos. Por un par de segundos pensó en no abrirlo, justo como ha sucedido desde hace 23 años que conoce a ese objeto, pero al tercer segundo, y a manera contraria de lo sucedido durante todo este tiempo, Luis no pudo contener la tentación y empezó a girar una a una las páginas amarillas de aquel encuadernado. Decidió cerrar el cuaderno y guardarlo en su maleta, - Lo leeré en casa con mayor tranquilidad, pensó.
Se apuró para terminar todo y poder retirarse lo más pronto posible con las cosquillas en las manos de las ganas de seguir leyendo. El camino a su departamento se le hizo más largo de lo normal y por primera vez no quería ver la final del futbol ni mucho menos llamar a su novia.

Para su sorpresa no solo se relataban historias fantásticas y alucinaciones sino que las letras de Miguel tenían también muchas menciones suyas y de Emilia, de historias del ayer mezcladas con el presente y bañadas del futuro que nunca llegó pero que tanto se ansiaba. Una vez que empezó a leer no pudo soltar aquel cuaderno donde había letra perfecta y textos maravillosos. Luis estaba solo con la verdad, leyendo los relatos de la vida del papá que desconocía desde que tenía 6 años.

Cada vez que daba vuelta a la hoja, un extraño sentimiento aparecía en su corazón, entre la tranquilidad de sentirse querido y el enojo por la injusticia que le arrebató a su padre, fue llenando su cuerpo de todas esas palabras de amor que su papá no pudo decirle cuando más lo necesitaba, pero que aquí estaban escritas y de igual forma le pertenecían. Las lágrimas cayeron y sin importar si era hombre o adulto, lo atacaron como a un niño. Rió y gritó y fue feliz y triste a la vez. De repente se le vinieron respuestas a las preguntas que siempre le había hecho al mundo, de pronto, se convirtió en un hijo de nuevo y tuvo padre otra vez.

Con enojo vio el reloj, esos números rojos y grandes le avisaban con cierta burla que le faltaban solo 2 horas para ir al trabajo, llevaba toda la noche leyendo y sus ojos parecían un sapo con intenciones de reventar, pensó que lo mejor para el y su futuro laboral seria dormir, pero no pudo soltar su nuevo libro favorito, así que experimentó algo que no hacía desde la preparatoria, irse a trabajar en vivo, sin una sola hora de sueño.
Al sonar la alarma del despertador, esos números grandes marcando las 6:15 am se burlaron aun mas de Luis, a lo que respondió levantando el dedo medio como si a aquel aparatejo fuera a importarle, y se paró motivado al baño para lavarse la flojera y empezar un nuevo día. Alrededor de la una de la tarde, los años le reclamaron cada segundo que no durmió, pero los sentimientos que provocaron las letras de su padre, espantaron a la resaca.

Ese día por la tarde sonó el timbre de la casa azul, Magda, la enfermera y ganadora del merito por la paciencia inagotable, corrió al portón de herrería extrañada por la presencia no programada de alguien a esta casa que no conoce las visitas y aventó una sonrisa grande a ese joven guapo, de pelo obscuro, cejas pobladas y boca pequeña que se encontraba del otro lado del enrejado mexicano -¿qué haces aquí?, le dijo a Luis tratando de abrir el necio y viejo cerrojo de la puerta, con aquella maña que le enseñó Emilia el primer día que llegó a trabajar ahí. Luis, con una sonrisa un poco más amplia de la normal, la abrazo y le dijo: - vine a ver a mi papá-, y al decir esta palabra hasta sus propios dientes se extrañaron de verla pasar entre ellos, pues Luis, jamás la pronunciaba y mucho menos para referirse a Miguel.-Ya es tiempo de escuchar sus historias fantásticas y buscar sus momentos, dijo Luis abrazando a Magda con complicación pues no es nada fácil abrazar a alguien que mide metro y medio teniendo una estatura de 1.86. Magda, se paró de puntas para besarle el cachete y entraron juntos a la casa.

Quien sabe que paso en esa sala azul, pero se hicieron presentes realidad y locura en una sinergia bastante efectiva, Luis sintió que el mundo se abría, que el Sol era más grande de lo normal, que las flores olían más y que el aire era más fresco y entonces abrazó a su padre como siempre lo hizo en sueños. No supo cuánto tiempo permanecieron abrazados, pudieron ser dos segundos o tal vez dos horas, no importa, pero en ese encuentro se compartieron cual osmosis pensamientos, recuerdos, cariños y esperanzas.

Al ocultarse el Sol, Luis entregó el cuaderno a su padre, prometió presentarle a Andrea, su novia, y se despidió de Magda, abrió el candado con la técnica indicada y subió a su coche con una gran sonrisa, tomo el celular y marco a “guapa”, como tiene grabado el teléfono de su novia: “te quiero a las diez de la mañana y a las once y a las doce del día” le dijo, y se alejó contando una historia a su futura esposa y pensando en el anillo que tiene guardado en la caja fuerte de la sala azul.

Miguel tomó una pluma, abrió su cuaderno y escribió:
La felicidad que me invade se siente como si miles de mariposas volaran a mí alrededor y dentro de mí también. Con sus alas me acarician la cara y provocan un viento que despeina hasta mis bigotes. Las que se encuentran en mi interior provocan un revoloteado sentimiento que me hace reír como si me hiciera cosquillas mi padre cuando era pequeño. Me siento completo, me siento querido y me siento feliz… despego los pies del suelo y vuelo cargado por esas miles de mariposas, con el amarillo y el negro llenando mis pupilas me dejo llevar por este viaje y disfruto con cada uno de mis sentidos.
…Ay Emilia, ¡si pudieras sentir esto! ..
De pronto en mi viaje alguien me toma la mano, y escucho un susurro que dice, aquí estoy, no quiero abrir los ojos pues temo no encontrarme con lo que espero, pero me armo de valor y en medio de este paisaje y sus hadas que me elevan la veo: la mujer de mi vida, a mi lado, tomándome la mano y sonriéndome como ayer.
Emilia, mi amor, vuelas conmigo.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Y que se me rompe el corazón… y siento como con cada segundo que tarda en irse se va con él un pedacito de lo que siento justo en la boca del estomago y frente a mis pulmones, sea o no sea anatómicamente correcto.Estoy perdiendo a mi mejor amigo, mi primer amor, la compañía fiel de un sábado de flojera, los besos mas dados, y me refiero a dados cuando se entrega completo al ser en este acto,  se está yendo la alcancía de amor como le dice mi hermana, el negrito como le dicen otros y mariano como lo conocen todos.Se va porque ya cumplió en la tierra como el mejor amigo del hombre, porque entregó más años de los que se le pronosticaban y ayudo a una familia, mi familia, a estar bien. Se fue con honores, despedido entre abrazos cariñosos y besos absorbentes, y se fue a un lugar mejor donde las articulaciones no duelen, el pollito no se acaba, los cariños no cesan, la vista regresa y se puede hacer pipi en todos lados.Se fue a cuidar nuestro lugar en la fila para entrar al paraíso y a velar nuestros sueños para que mama duerma bien.¿Cómo será el cielo de los perros? … no lo sé y si alguien lee esto me gustaría que escribiera lo  que se imaginan,  lo que sí creo del cielo de los perros es que seguro estará más lleno que el de los humanos, porque si amaramos como ellos, el mundo sería una cosa completamente diferente.Gracias Marianito por enseñarme a ver el mundo a través de los ojos del alma…y mostrar que la felicidad es más sencilla de lo que creemos, una buena comida, tener a todos en casa, un beso, una caricia, un paseo en coche, cosas simples y sencillas pero inmensamente perfectas, tan perfectas como tú.

jueves, 26 de agosto de 2010

¿Un cafecito?

Expulsada de mi casa por el calor y sumamente atraída por el aire acondicionado del lugar, llegué temprano a la cita del café con mis amigas y me preparé para hacer una de las cosas que más odio en la vida: esperar.

Pedí un café y así con mi taza en la mesa tendría un acompañante fiel que me haría sentir segura a pesar de las sillas vacías a mí alrededor. Recibí su aroma y con el me llegó el olor del trabajo del campo que me trajo hasta aquí mi bebida.

Volteando de lado a lado fui encontrando cosas interesantes que hicieron mi tarea de esperar más divertida que de costumbre. Me encontré a un señor con sus lentes a media nariz leyendo un libro y sonriendo para sí mismo. En la mesa de atrás vi una reunión de generaciones, tres mujeres iguales con la única diferencia en el tono de pelo y las experiencias guardadas en las arrugas de la piel.

Afuera, un papa incómodo con su hija adolescente esforzándose por tener un tema de conversación, el cual, continuamente parecía mudarse a otra mesa dejándolos solos saboreando el café que absorbía los silencios.

Doy un sorbo a mi taza y noto que no me importa tanto la ausencia de mis amigas, al menos no me veo como aquel joven que hace pequeñas bolitas de papel con la servilleta y se muerde las uñas esperando a alguien.

Han llegado mis amigas y tendré que cerrar el telón del espectáculo que sucede a mí alrededor. Cada quien pide algo diferente, pues entre amigas y cafés la diversidad es clave mientras se conserve la esencia. El café toma su papel de socializador y poco a poco nos avienta su aroma limpiándonos la pena y haciéndonos hablar más.

Salí del café con las luces apagadas y el reflejo de las luminarias exteriores en el cristal, me imaginé la reunión de las tazas, copas y cafeteras haciendo el recuento de los chismes del día. Me las imaginé escuchando a su grupo favorito y unas tacitas tocando “pa´ que en la realidad no se sufra tanto”. A lo que las cucharas contestaron muy entonadas: “Ojala que llueva café en el campo.”